Les
dejo un cuento extraído de un libro llamado “Cuentos
con alma”, los cuales fueron escritos y recopilados por Rosario Gómez
Alfonso. Para las personas que no lo conocen, es un libro que contiene cuentos
cortos, de fácil lectura, que nos invitan a reflexionar sobre nosotros mismos.
Su nombre era Mrs.
Thompson. Mientras estuvo al frente de su clase de quinto grado, el primer día
de clase lo iniciaba diciendo a los niños una mentira. Como la mayor parte de
los profesores, ella miraba a sus alumnos y les decía que a todos los quería
por igual. Pero eso no era posible, porque ahí, en la primera fila, repantigado
sobre su asiento, estaba un niño llamado Teddy Stoddard.
Mrs. Thompson había
observado a Teddy desde el año anterior y había notado que él no jugaba muy
bien con otros niños, su ropa estaba muy descuidada y constantemente necesitaba
darse un buen baño. Teddy comenzaba a ser un tanto desagradable.
Llegó el momento en
que Mrs. Thompson disfrutaba al marcar los trabajos de Teddy, con un bolígrafo
rojo, haciendo una gran «X» y colocando un cero muy llamativo en la parte
superior de sus tareas.
En la escuela donde
Mrs. Thompson enseñaba, le era requerido revisar el historial de cada niño, y
ella dejó el expediente de Teddy para el final. Cuando examinó su expediente,
se llevó una gran sorpresa.
La profesora de
primer grado escribió: «Teddy es un niño muy brillante, con una sonrisa sin
igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales... Es un
placer tenerlo cerca.»
Su profesora de
segundo grado escribió: «Teddy es un excelente estudiante; se lleva muy bien
con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una
enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil.»
La profesora de
tercer grado escribió: «Su madre ha muerto; ha sido muy duro para él. Él trata
de hacer su mejor esfuerzo, pero su padre no muestra mucho interés y el
ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas.»
Su profesora de
cuarto grado escribió: «Teddy se encuentra atrasado con respecto a sus
compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y,
en ocasiones, duerme en clase.»
Ahora Mrs. Thompson
se había dado cuenta del problema y estaba apenada con ella misma. Ella comenzó
a sentirse peor cuando sus alumnos les llevaron sus regalos de Navidad,
envueltos con preciosos moños y papel brillante, excepto Teddy. Su regalo
estaba mal envuelto y con un papel amarillento que él había tomado de una bolsa
de papel. A Mrs. Thompson le dio pánico abrir ese regalo en medio de los otros
presentes. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró un viejo
brazalete y un frasco de perfume con sólo un cuarto de su contenido. Ella
detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete,
mientras se lo probaba, y se colocaba un poco del perfume en su muñeca. Teddy
Stoddard se quedó ese día al final de la clase el tiempo suficiente para decir:
—Mrs. Thompson, el
día de hoy usted huele como solía oler mi mamá.
Después de que el
niño se fuera, ella lloró por lo menos una hora.
Desde ese día, ella
dejó de enseñarles a los niños aritmética, a leer y a escribir. En lugar de
eso, comenzó a educar a los niños.
Mrs. Thompson
prestó atención especial en Teddy. Conforme comenzó a trabajar con él, su
cerebro comenzó a revivir.
Mientras más lo
apoyaba, él respondía más rápido. Para el final del ciclo escolar, Teddy se
había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y, a pesar de su
mentira de que quería a todos sus alumnos por igual, Teddy se convirtió en uno
de los consentidos de la maestra.
Un año después,
Mrs. Thompson encontró una nota debajo de su puerta —era de Teddy— diciéndole
que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida. Seis
años después, por las mismas fechas, recibió otra nota de Teddy; ahora escribía
diciéndole que había terminado preparatoria, siendo el tercero de su clase, y
ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.
Cuatro años
después, recibió otra carta que decía que, a pesar de que en ocasiones las
cosas fueron muy duras, se mantuvo en la escuela y pronto se graduaría con los
más altos honores. Él le reiteró a Mrs. Thompson que seguía siendo la mejor
maestra que había tenido en toda su vida, y su favorita.
Cuatro años
después, recibió otra carta. En esta ocasión le explicaba que después de que
concluyera su carrera, decidió viajar un poco. La carta le explicaba que ella
seguía siendo la mejor maestra que había tenido, y su favorita, pero ahora su nombre
se había alargado un poco: la carta estaba firmada por Theodore F. Stoddard.
La historia no
termina aquí; existe una carta más que leer: Teddy ahora decía que había
conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había
muerto hacía un par de años y le preguntaba a Mrs. Thompson si le gustaría
ocupar, en su boda, el lugar que usualmente es reservado para la madre del
novio. Por supuesto, Mrs. Thompson aceptó, y adivinen...
Ella llega luciendo
el viejo brazalete y se aseguró de ponerse el perfume que Teddy recordaba que
usó su madre la última Navidad que pasaron juntos. Se dieron un gran abrazo, y el doctor Stoddard le susurró al oído:
—Gracias, Mrs.
Thompson, por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme
que yo puedo hacer la diferencia.
Mrs. Thompson, con
lágrimas en los ojos, tomó aire y dijo:
—Teddy, te
equivocas; tú fuiste el que me enseñó a mí que yo puedo hacer la diferencia. No
sabía cómo educar hasta que te conocí.
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DESCONOCIDO